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EVENTO

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RECICLAJE

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lunes, 16 de diciembre de 2013

Cualquier camarero no puede fichar para un gran equipo


Autor: Georgia Arnaus
Editora
Fuente: www.GestionRestaurantes.com
Fecha: 13-12-2013

El otro día estuve en Valencia, y como no podría ser de otra manera, me “aventuré” a comer una paella en un restaurante típico que reinaba en el paseo marítimo. Además tuvimos suerte; hacia un tiempo espectacular, cosa que se agradece después del drástico cambio de temperaturas de este caprichoso otoño. Reservamos mesa una hora y media antes para disfrutar de un fantástico paseo por la playa de Valencia; pronto se nos hizo la hora de comer pues la playa valenciana nunca se acaba. Cuando llegamos, el maître nos mostró nuestra mesa, y tanto mi acompañante como una servidora compartimos la misma mueca: la mesa estaba al lado de la puerta y no nos apetecía nada ver la entrada triunfal de grupos de clientes, ni tampoco padecer la corriente de aire de tanto entrar y salir, abrir y cerrar. Sin embargo, el hábil maître interpretó nuestro gesto y nos aseguró que no notaríamos movimiento ni corriente. Así que nos sentamos con la rotundidad y seguridad del maître como garantía. 


El comedor era muy grande: un ir y venir de camareros concentrados que no estresados. Nada más acomodarnos nos entregaron la carta con un amable gesto, y en un breve espacio de tiempo (el justo para sentirnos cómodos en nuestra mesa) apareció un camarero ofreciéndonos un aperitivo y las bebidas. Acto seguido, cuando nuestro camarero vio que cerrábamos las cartas y las poníamos sobre la mesa, vino diligente a tomarnos nota. Así que mientras disfrutábamos del aperitivo, llegaría a tiempo la ensalada y la paella con puntualidad inglesa. Aquel restaurante funcionaba como un reloj suizo. Todo pasaba al ritmo que tenía que pasar, los camareros iban coreografiados. Gratamente sorprendida, empecé a buscar la razón de tan buen engranaje; y allí estaba, de pie frente al bufete observando todo lo que pasaba en su local, desde la caída de un cubierto hasta el gesto enigmático de algún comensal. Al propietario no le pasaba ni una desprevenida, estaba pendiente del servicio como el que más. Sabía dar órdenes a sus empleados, parecía que les aconsejara y siempre conseguía una respuesta afirmativa. Los empleados no discutían y si tenían alguna duda confiaban en la experta y sabia figura del propietario. Haciendo gala de un compendio de experiencia y conocimiento de causa; de horas de fatiga y años de trabajo intentando dar con la fórmula adecuada para su restaurante. A día de hoy, ya encontrada e implementada, pero a sabiendas que sin su presencia la fórmula no sería perfecta. Sin duda, era el propietario: tal equipo no funciona sin su entrenador. Aquel hombre tenía en el rostro un aire de satisfacción; continuaba disfrutando con lo que hacía, y el restaurante lo notaba. Todos y cada uno de los que estábamos allí agradecíamos su presencia, dedicación y experiencia. Sin saberlo, estábamos en un restaurante con un gran entrenador. Es obvio que a estas alturas aquel local es una máquina de hacer dinero, pero para llegar y jugar en la primera liga antes debió entrenar bien a sus jugadores, apostar y arriesgar: cualquier camarero no puede fichar para un gran equipo. El esfuerzo y trabajo de antaño les acompaña en el presente, y cuanto más sencillo parece es señal de que mejor se hace. La filosofía por la cual apostó el propietario en su momento, es la que sigue funcionando a la perfección en el presente como la mecánica del mejor reloj suizo. 

No me dijeron ninguna mentira para que me sentara en la mesa que me habían reservado, no hubo movimiento ni corriente. Nos lo había garantizado el maître y así fue. Buena manera de empezar un gran servicio, siendo honesto con el cliente. Quizás sea esa la fórmula de su éxito. Cabría preguntárselo al propietario. 

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