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Nos encontramos en el mundo de los negocios con situaciones de “pez que se
muerde la cola”: si una empresa no se preocupa por sus empleados, será difícil
que tanto sus productos como el servicio al cliente sean de la máxima
calidad. Y es que el ánimo en el trabajo revierte en
todo lo que hacen.
¿Y qué tiene que ver esto con el marketing? Pues resulta que, si desde hace
ya décadas, las empresas piensan en estrategias y acciones para generar valor
con los clientes y diferenciarse, no han hecho lo mismo con sus trabajadores. Lo
que manda es la productividad, pero eso debería ir después de la satisfacción
del empleado.
Si aplicamos el marketing a nivel interno como filosofía de empresa,
conseguiremos darle la misma importancia tanto al empleado como al cliente.
Completaremos la ecuación si conseguimos hacer entender que no hay empresa si
los empleados no se relacionan bien con los clientes. Los empleados que se
sienten bien en sus empresas no sólo están más motivados y tratan mejor a los
clientes, sino que también son más productivos y competitivos.
Todas las empresas buscan fidelizar a los buenos clientes. Para poder
“fidelizar” a los mejores trabajadores, una buena estrategia es “premiar” a los
trabajadores. Por ejemplo, con FORMACIÓN continua, la cual
servirá para hacer crecer su empleabilidad y que refuercen sus vínculos con el
proyecto. Pensarán menos en querer marcharse.
Para conseguir entre compromiso de los trabajadores, los gerentes o
directivos también tienen que confiar en la empresa. La comunicación y la
transparencia no sólo sirve para conocer mejor a los clientes, sino también los
intereses de todos los implicados en la cadena de trabajo y valor.
Si hay una ilusión general por el trabajo, se dará el entorno ideal para
sugerir e implementar mejoras que hagan crecer a los empleados a nivel personal
y profesional, y que transmitan confianza y valor añadido a la relación con los
clientes.